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La muerte en Dios

El concepto más común que tenemos sobre la muerte es la cesación de la vida.

El concepto más común que tenemos sobre la muerte es la cesación de la vida. Culturalmente, asumimos que morir es llegar al término, es el final, como el fuego de una vela que se apaga. Eso es lo que se nos enseña desde la escuela. Pero si profundizamos en ella lo suficiente, podríamos concluir también que la muerte es más que un límite absoluto: es un cambio. Einstein decía con mucha razón que la materia es energía, que no se destruye, sino que se transforma. La Biblia considera que la muerte es un cambio, un cambio de estado, un cambio de orden; y un cambio importante: una crisis. Crisis no significa problema, como lo sugiere nuestra forma coloquial de hablar. Puede ser vista como un problema, pero una crisis es, ante todo, un cambio, una coyuntura: un conjunto de circunstancias cambiantes que determinan una situación. Hay crisis políticas, sociales, culturales, económicas… e individuales. La muerte es, pues, una de ellas. En la Biblia tenemos muchas referencias a la muerte, y todas denotan un cambio. Miremos Juan 12: 24 y 1 Corintios 15: 35 – 45. Es frecuente la alegoría de la semilla que muere para darle paso a una planta, o que permanece como semilla y se pudre. Como todo cambio importante, la Biblia señala una disyuntiva entre lo bueno y perdurable, y lo malo y transitorio.

Pero la Biblia nos habla de tres tipos de muerte: una muerte física (desde Abel hasta nosotros en Génesis 4: 8), una muerte segunda (la condenación eterna y separación definitiva de Dios Apocalipsis 20: 11 +, Mateo 10: 28, Daniel 12: 2, Mateo 25: 41) y una “muerte en Dios”: es un cambio que se presenta en nuestra vida física, en donde nuestro espíritu antes muerto en el pecado original se injerta en Dios y nace a la vida eterna. Es el nuevo nacimiento. Cuando Jesús decía tomen su cruz y síganme (Mateo 10: 38 – 39), se refería a la muerte y martirio reales de los apóstoles, así como el pasaje de Juan 12: 24 -26 habla de su propia muerte y resurrección, pero aplica para nuestra vida espiritual. Muchas de las palabras y los milagros de Jesús en los evangelios –especialmente en el de Juan- tienen dos niveles de comprensión: el literal, que así fue y así dijo; y lo simbólico, que nos sigue enseñando incluso después de dos mil años. Cuando leemos Juan 11: 1 – 45 (la muerte y resurrección de Lázaro), la Biblia nos habla de la muerte y resurrección reales de un hombre mortal, pero nos da a conocer un tipo de muerte y resurrección que podemos experimentar en este mundo: la muerte en Dios. Este pasaje nos muestra lo mismo que Ezequiel 37: 1 – 15, el episodio de los huesos secos. Cuando nos entregamos a Dios, algo en nosotros muere y algo nace. Ese es el inicio del Camino.

Los antiguos cristianos simbolizaban ese paso hacia lo bueno y perdurable mediante el rito del bautizo. Quien aceptaba a Jesús se sumergía en una fuente de agua y salía a la superficie para recordar que era un recién converso. A eso lo llamamos nacimiento de agua, el arrepentimiento de nuestra vida de pecado; y nacimiento de fuego al despertar espiritual en Dios, a través de su Espíritu Santo. Lo que muere es un hombre de carne, un hombre viejo (Ezequiel 36: 26) y lo que nace es un hombre de espíritu, un hombre nuevo (Romanos 8: 8 – 9). De eso podríamos concluir que quien nace dos veces y muere dos veces, resucita dos veces; y quien nace una vez, muere dos veces: físicamente y espiritualmente, alejado para siempre de Dios.

¿Cómo es ese proceso de morir en Dios? Cuando aceptamos a Jesús, nos arrepentimos del pecado y el Espíritu Santo mora en nosotros, como templos vivos, ya somos injertados a la vida. Siguiendo una vida de comunión con Dios, resucitamos después de la muerte física y llegamos al Paraíso. Pero mientras estamos en el mundo, podemos experimentar rezagos de ese viejo hombre, como una cáscara que se demora en caer de la semilla muerta y convertida en retoño. Son momentos en los que nos preguntamos por qué pasan las cosas que pasan, por qué incurrimos en los mismos pecados, por qué nos cuesta tanto acercarnos a Dios, por qué nos “abandona” Dios. Son momentos de desierto, en donde sentimos frustración ante el silencio de quien nos injertó a la vida. ¿Cuánto dura? Depende de cada quien. A veces puede durar años, y lo más común es desprendernos de aspectos de nuestra vieja naturaleza a lo largo de mucho tiempo en el caminar con Dios.
               
La muerte en Dios es un tramo doloroso del Camino, porque esa máscara que creíamos ser, y que ya no somos, se desmorona, se descompone. Quedamos desnudos ante un mar de incertidumbre. Es normal aferrarse a ella, pero Dios nos quiere limpios y nuevos, porque sólo al morir y desprendernos del viejo hombre podemos conocernos a nosotros mismos y apreciar nuestra realidad como hijos de Dios y criaturas nuevas. Por eso es necesaria esa muerte, porque sólo así reconoceremos nuestra propia falsedad.

Cuando nos entregamos a Dios, decidimos que Él nos guíe y nos enseñe; y Él lo hace, y de una forma muy distinta a como lo haríamos nosotros. Y a Él le interesa hacernos pasar por ese punto crítico, como el crisol por donde se pasa el oro. Nosotros tendemos a huirle a la muerte, no sólo a la física, sino a ese grito desde nuestras profundidades que llama a un cambio. Hacemos todo lo posible por evitar la muerte y los cambios en general porque nos producen miedo. Pero Dios nos muestra que hacia allá debemos ir: a enfrentar nuestra propia sombra y salir victoriosos en Jesús, que todo lo hace nuevo. Dios nos lleva al desierto, como llevó a Jesús. Sólo ahí podemos aprender y forjar las herramientas que vamos a usar en el ministerio que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros. Para construir un edificio hay que destruir lo que allí haya y escavar para plantar los cimientos de la estructura. Aparentemente no hay construcción, sólo destrucción y un agujero gigante donde debería crecer un alto edificio. Pero en realidad es un paso necesario para que su existencia sea posible.

 

En ese punto de crisis, de rompimiento entre lo viejo y lo nuevo, sentiremos deseos de morir físicamente. El deseo de suicidio es normal. Algo dentro de nosotros busca morir. La pregunta es ¿qué hay que matar? ¿Cuál de esas tres muertes hay que buscar para seguir por el Camino? Si el grano de trigo cae a tierra y no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. Ese es el significado de la existencia de Jesús, y de la nuestra como creyentes: la muerte y resurrección.

Realizado por
Santiago Hoyos

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